sábado, 8 de diciembre de 2007

Diario de una empusa pennata 2

Aquí viene un pequño capítulo de Diario de una empusa pennata:
6 DE JULIO
Alguien se me ha tirado encima. Hemos tenido una batalla impactante, pero al final mi contrincante me ha conseguido inmovilizar y me ha gritado:
-Por dios… Qué flojito que estás. Soy Rosta la Vencedora, je, je, je… Venía a avisarte de que en la zona donde vas a cazar hay una hembra gigante de mantis religiosa, no es que esté en muy buen estado, pero es una hembra bamboleante, me quedé…
-Te refieres a la que está detrás nuestro…-interrumpí.
-Exacto…-me contestó Rosta. Un segundo después estábamos saltando entre la vegetación. Observamos a la Mantis. El miedo brotó por nuestras patas, estaba comiéndose a una pequeña ameles spallanzania.
Durante la noche tuvimos que escapar varias veces de la Mantis.

7 DE JULIO
-No es adulta-susurró Rosta.
-Pues es enorme. ¡Imagínate a una mantis adulta...!-respondí.
-¡Aaaaaaaaaaadiós!-se oyó una voz aguda, brillante, juguetona.
-¿Mande?-respondí con una voz aguda y timbrante, intentando imitar el peculiar sonido que nos había extrañado tanto. Al darme la vuelta –a parte de ver a Rosta muerta de risa— vi a un… ¿Qué…?
-Soy una geomantis larvoides macho. Gabriel es mi nombre ¿y me encuentro delante de… un… dos rinocerontes!-dijo alucinando Gabriel. Rosta, ya seria, me susurró al oído:
-¿Le digo a la Mantis que se lo coma o me lo como yo misma?
-Mira que tienes mala gaita eh, Rosta…
-¡Lo que tengo delante no son rinocerontes…!
-Eso está mejor-dijo Rosta.
-¡¡… son dos jirafas!!-alucinó Gabriel.
-Te ayudo a comértelo.-dije, pero Rosta no me escuchaba:
-¡Estúpido, te voy a hacer añicos!-Rosta ya estaba encima de Gabriel; me costó un rato separarlos…

8 DE JULIO
Llueve. Una lluvia fina pero duradera. Paró, por fin paró de llover.
-Estamos rodeados por un riachuelo —murmuró Rosta.
-Me gustaría hablar a solas con Gabriel, Rosta. De paso podríamos mirar donde está la Mantis.
-De acuerdo…—y me susurro al oído— porqué como me venga que somos jirafas me lo como con una mosca frita.
-Gabriel, vamos a mirar dónde está la Mantis —grité.
-¡El riachuelo es enorme!... Y si por eso la Mantis está delante tuyo.
-Es… —empecé.
-…verdad —continuó Rosta. La Mantis atacó, salté encima suyo e intenté cogerla por la
cabeza… No me prestó atención: había tirado a Gabriel al riachuelo. Rosta estaba en posición amenazadora, salté de la Mantis y me reuní con ella; no había rastro de Gabriel.
-Jeeeeeeeeeeeee… —habló la Mantis— Estaba impaciente para comer empusas... Siiií: estaba impaciente —revoloteó una mosca—: Rosta y yo teníamos hambre.
-Os dejaré que engordéis… Pero el riachuelo os impedirá escapar —la Mantis ya no estaba. Rosta ya se estaba comiendo una mosca cuando oímos:
-¡Aaaaaaaaaaadiós! —se oyó una voz aguda, brillante, juguetona.
-¡Gabriel! —contestamos al unísono Rosta y yo.
-Mis jirafitas, ¡dios mío! ¡No os engulló la tragona de la Mantis —se nos acercó.
-la Mantis muda hoy, je, je, podemos comérnosla mientras hace la muda: esta noche.
-Gabriel, ¿cuántas mudas te quedan para llegar a la edad adulta? —preguntó Rosta.
-¡Aaaaaaaaaaadiós! Dos, supongo. Julio… agosto… Sí, eso, espera, no, sí…Claro que…
-Entiendo… Mira esa mosca. ¡Ñam!

NOCHE DEL 8 DE JULIO
-Ssssssh-siseó Rosta. La Mantis había empezado a mudar, pero todavía se podía defender. Está llegando…
-¡Ya! ¡Al ataque! —bramó Gabriel. Nos abalanzamos contra la Mantis; estaba indefensa.
A las mantis nos gusta cazar la presa y comérnosla viva, eso de cazar una presa en grupo era algo excepcional. La Mantis intentaba defenderse, lo hacía con más agilidad de lo que pensábamos, pero pronto quedó exhausta. Empezamos a comérnosla: estaba deliciosa, no paramos hasta que estuvimos llenos.

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