viernes, 8 de febrero de 2008

Diario de una Empusa pennata V

26 DE JULIO

Un mirlo, un mirlo en aquel árbol… Una sombra negra que nos mira.
-Hay que tener vista, Rosta…-susurré.
-Díselo a Migui, el fue quien vio al Mirlo-me respondió. Migui no era la primera vez que veía a un mirlo, una vez lo vio y se salvó por los pelos: el estaba a punto de cazar una mosca regordeta cuando un mirlo le arrebató casi la mosca de las patas prensoras y el se quedó enganchado a su ala negra como la noche. Se dejó caer y estiró sus extremidades tanto como pudo para planear. El vivía más o menos a 50 metros de estos matorrales y como ese día hacia viento llegó hasta aquí impulsado por el mismo.

Estábamos mirando al mirlo. El mirlo nos miraba. Atacó. Se dirigía hacia nosotros a una gran velocidad; no nos movimos hasta que Migui grito:
-¡Al suelo!-me tiré al suelo, pero Rosta no se inmutaba, embobada; salté hacia ella por encima de Migui y la arrojé al suelo. El pico se enredo en la vegetación. El cuerpo del ave rodó levantando nubes de polvo marrón a su paso. Rodó hasta que encontró un cardo en su camino, de un violento aleteo izó el vuelo no sin desgarrarse las alas. Se posó en una rama del árbol, nos miró en tono ofendido, pero sobre todo rabioso.
-Detrás de la piedra,-nos dijo Migui-así cuando ataque se romperá el pico.
El mirlo planeó hacia tierra. Dio saltos hacia nosotros y…
-¡A correr!-corrimos, pero de un gran salto se nos puso delante.
Nos pasamos unos instantes mirándonos. Se me ocurrió una idea:
-Hagamos un amago de huir cuando se disponga a atacarnos nos dirigimos al zarzal.-susurré.
Así lo hicimos. Cuando llegamos al zarzal el mirlo nos lanzó un picotazo. El pico se cerró alrededor de un punzante trozo de zarza. Silencio. El pájaro se sacudió enérgicamente y todo aquel matorral se desprendió cayendo encima del mirlo, batió las alas hasta que le quedaron completamente inmovilizadas.
-¿Está muerto?- Preguntó Migui, una pequeña empusa.
-No.-respondí- Mírale los ojos.
Migui miró y vió unos ojos que miraban con rabia, negros, aunque parecían rojos ya que estaban cubiertos por la sangre del mirlo…

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