lunes, 31 de diciembre de 2007

Dragones

Las tierras del rey Franduque estaban siendo atacadas por seis bestias de aspecto siniestro. Seis gotas de sangre en el cielo azul. Campesinos bramaban y protegían a sus familias de aquellas lenguas de fuego naranja que salían de la boca de las bestias. Las ballestas, preparadas entre las almenas del castillo Franduque, lanzaban proyectiles incendiados contra los dragones.
Desde su pequeña choza, Mordic, el alquimista, lo observaba con un invento llamado vistalejos, compuesto por un tubo de madera y setenta y siete lentillas. Entre esos dragones, había una hembra con su cría; de pequeño siermpre había querido un dragón.
Cogió un arco y una flecha y disparó.
Dos de los dragones habían sucumbido bajo los proyectiles, sus cuerpos inhertes, llameantes, caían al suelo entre los gritos de los campesionos que reían y clavaban lanzas en sus cuerpos.
La flecha atravesó la mano con la que sujetaba a su hijo. La madre soltó al hijo a causa del dolor y el dragoncito caía, caía...
¡Flopp! En los brazos del alquimista cayó el dragoncito.
Continuará...

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